Muertos por sida siguen marginados
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» En julio de 2006, este medio denunció cómo las personas con el VIH arrastran estigmas hasta la tumba. Como entonces, hoy, a los familiares les impiden embalsamar y velar a su ser querido; además deben meterlo en un ataúd sellado. Los mitos empañan la realidad
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Morir como consecuencia del sida no es lo mismo que morir por diabetes, un infarto o una neumonía. En pleno siglo XXI, esta enfermedad sigue rodeada de mitos infundados que ni siquiera desaparecen en la tumba. Preparar o embalsamar el cuerpo de un fallecido por esta infección, velarlo y enterrarlo, supone un desafío para los dolientes, quienes deben recorrer un camino de restricciones que se inicia en el hospital, donde una viñeta adherida al cadáver marca la diferencia.
En julio de 2006, este medio puso al desnudo la marginación que existe hacia estos fallecidos, amparada en una guía oficial de normas de bioseguridad que avalaba prácticas como evitar tocar y embalsamar el cuerpo, además de obligar a meterlo en un ataúd sellado y sepultarlo de inmediato.
En su momento, las autoridades sanitarias reconocieron que el contenido de la guía en el manejo de cadáveres se prestaba a confusión y prometieron capacitar a personal de funerarias para frenar aspectos como los cobros excesivos por la preparación o por las cajas metálicas, algo innecesario.
Casi tres años después de las promesas de Salud Pública, muy poco se ha hecho al respecto. Los muertos por el virus del sida siguen siendo discriminados y los parientes continúan recibiendo "orientación" para no manipular el cadáver y cremarlo o enterrarlo antes de las 24 horas.
Al menos en ocho funerarias del barrio Concepción de San Salvador, el servicio fúnebre para un muerto por sida implica un tratamiento especial y un costo aparte. "Es más caro por el riesgo (de infectarse) que corre el preparador", apuntó una vendedora al justificar el cobro de $640. Para un muerto "normal", el costo es $525.
"Se le dice al doliente que evite preparar el cuerpo porque el virus se activa más en un muerto; lo mejor es meterlo en una caja metálica bien sellada para que pueda velarlo sin ningún riesgo de que el virus se esparza y contagie. Nos basamos en instructivos de Salud Pública", explicó otro vendedor para justificar los $350 adicionales por ese servicio.
Entre las empresas consultadas, una fue la excepción. "El precio más accesible es $200 que incluye carroza, sillas, preparación del cuerpo y café con pan", explicó el encargado. Y si se trata de un muerto por sida, ¿cuál es el precio?, se le pregunta. "No importa, el precio es el mismo", respondió.
Rolando Cedillos, jefe del servicio de Infectología del Hospital Rosales, califica de "inescrupulosas" las prácticas de muchas funerarias porque "desinforman a los dolientes al sugerirles, proponerles o forzarles a pagar por servicios adicionales alegando que el cadáver de una persona con VIH necesita un manejo especial". Añade que estos cobros son un truco porque aún existe ignorancia sobre la transmisión del virus.
Esa falta de información se refleja en la Encuesta de Salud Familiar, Fesal 2008. Un 99.1% de las mujeres encuestadas de 15 a 49 años dijo haber oído hablar del VIH/Sida, pero sólo un 24.2% respondió correctamente a las cinco preguntas relacionadas con la prevención. Muchas contestaron afirmativamente que la infección se adquiere a través de mosquitos o utilizando utensilios de algún infectado.
La Fesal también arrojó que sólo un 14.4% de las mujeres dijo estar libre de estigma y discriminación hacia aquellos que viven con el virus. Esto resulta paradójico en una infección de la que se conoce mucho y desde hace dos décadas. El primer caso en el país se registró en 1984.
Pero el mito sobrevive, aún en cementerios como La Bermeja, en San Salvador. "A ellos se les entierra en otra parte menos acá, por el riesgo que se corre", respondió un sepulturero a la pregunta de si estos muertos tienen cabida en el Parque Jardín Monseñor Romero, donde el nicho cuesta arriba de $200. Otro empleado amplía la explicación: "Es que si se entierran en nichos, el cuerpo, al cabo de siete años, todavía está un tanto fresco y eso es un riesgo".
El director de cementerios capitalinos, Hugo Hernández, explica que "no se permite (enterrarlos) en Monseñor Romero porque allí se trata de nichos verticales y si por alguna causa se tiene que exhumar alguno de los restos y hay que remover uno que ha fallecido de VIH, se corre el riesgo de contaminación".
¿No se toma en cuenta lo que dicen médicos de que el virus muere casi con el cuerpo?, se le preguntó a Hernández. "Habría que comprobar científicamente si el virus existe o no, y si se determina que sí o no, sería bueno saberlo", respondió.
En los registros de enterramientos de La Bermeja de los últimos tres años, sólo un fallecido por Sida ha sido enterrado en el Parque Jardín Monseñor Romero.
Cedillos dice que los mitos también "viven" en la mente de médicos y personal del Rosales, donde diagnostican un nuevo infectado al día. Juan Ortiz, director ejecutivo de Fundasida, añade que mientras el Estado no tome un rol protagónico en la defensa de los derechos de las personas con VIH, el estigma y discriminación no desaparecerán.
Guillermo Galván Orlich, jefe del Programa Nacional de VIH/Sida, quien tilda de "aberrante e ilógico" que se discrimine a una persona aún después de muerta, espera que una nueva normativa que prepara un comité intersectorial liderado por el Ministerio de Salud empiece a allanar el camino para que los muertos que deja el sida puedan descansar en paz.
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» En julio de 2006, este medio denunció cómo las personas con el VIH arrastran estigmas hasta la tumba. Como entonces, hoy, a los familiares les impiden embalsamar y velar a su ser querido; además deben meterlo en un ataúd sellado. Los mitos empañan la realidad
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Morir como consecuencia del sida no es lo mismo que morir por diabetes, un infarto o una neumonía. En pleno siglo XXI, esta enfermedad sigue rodeada de mitos infundados que ni siquiera desaparecen en la tumba. Preparar o embalsamar el cuerpo de un fallecido por esta infección, velarlo y enterrarlo, supone un desafío para los dolientes, quienes deben recorrer un camino de restricciones que se inicia en el hospital, donde una viñeta adherida al cadáver marca la diferencia.
En julio de 2006, este medio puso al desnudo la marginación que existe hacia estos fallecidos, amparada en una guía oficial de normas de bioseguridad que avalaba prácticas como evitar tocar y embalsamar el cuerpo, además de obligar a meterlo en un ataúd sellado y sepultarlo de inmediato.
En su momento, las autoridades sanitarias reconocieron que el contenido de la guía en el manejo de cadáveres se prestaba a confusión y prometieron capacitar a personal de funerarias para frenar aspectos como los cobros excesivos por la preparación o por las cajas metálicas, algo innecesario.
Casi tres años después de las promesas de Salud Pública, muy poco se ha hecho al respecto. Los muertos por el virus del sida siguen siendo discriminados y los parientes continúan recibiendo "orientación" para no manipular el cadáver y cremarlo o enterrarlo antes de las 24 horas.
Al menos en ocho funerarias del barrio Concepción de San Salvador, el servicio fúnebre para un muerto por sida implica un tratamiento especial y un costo aparte. "Es más caro por el riesgo (de infectarse) que corre el preparador", apuntó una vendedora al justificar el cobro de $640. Para un muerto "normal", el costo es $525.
"Se le dice al doliente que evite preparar el cuerpo porque el virus se activa más en un muerto; lo mejor es meterlo en una caja metálica bien sellada para que pueda velarlo sin ningún riesgo de que el virus se esparza y contagie. Nos basamos en instructivos de Salud Pública", explicó otro vendedor para justificar los $350 adicionales por ese servicio.
Entre las empresas consultadas, una fue la excepción. "El precio más accesible es $200 que incluye carroza, sillas, preparación del cuerpo y café con pan", explicó el encargado. Y si se trata de un muerto por sida, ¿cuál es el precio?, se le pregunta. "No importa, el precio es el mismo", respondió.
Rolando Cedillos, jefe del servicio de Infectología del Hospital Rosales, califica de "inescrupulosas" las prácticas de muchas funerarias porque "desinforman a los dolientes al sugerirles, proponerles o forzarles a pagar por servicios adicionales alegando que el cadáver de una persona con VIH necesita un manejo especial". Añade que estos cobros son un truco porque aún existe ignorancia sobre la transmisión del virus.
Esa falta de información se refleja en la Encuesta de Salud Familiar, Fesal 2008. Un 99.1% de las mujeres encuestadas de 15 a 49 años dijo haber oído hablar del VIH/Sida, pero sólo un 24.2% respondió correctamente a las cinco preguntas relacionadas con la prevención. Muchas contestaron afirmativamente que la infección se adquiere a través de mosquitos o utilizando utensilios de algún infectado.
La Fesal también arrojó que sólo un 14.4% de las mujeres dijo estar libre de estigma y discriminación hacia aquellos que viven con el virus. Esto resulta paradójico en una infección de la que se conoce mucho y desde hace dos décadas. El primer caso en el país se registró en 1984.
Pero el mito sobrevive, aún en cementerios como La Bermeja, en San Salvador. "A ellos se les entierra en otra parte menos acá, por el riesgo que se corre", respondió un sepulturero a la pregunta de si estos muertos tienen cabida en el Parque Jardín Monseñor Romero, donde el nicho cuesta arriba de $200. Otro empleado amplía la explicación: "Es que si se entierran en nichos, el cuerpo, al cabo de siete años, todavía está un tanto fresco y eso es un riesgo".
El director de cementerios capitalinos, Hugo Hernández, explica que "no se permite (enterrarlos) en Monseñor Romero porque allí se trata de nichos verticales y si por alguna causa se tiene que exhumar alguno de los restos y hay que remover uno que ha fallecido de VIH, se corre el riesgo de contaminación".
¿No se toma en cuenta lo que dicen médicos de que el virus muere casi con el cuerpo?, se le preguntó a Hernández. "Habría que comprobar científicamente si el virus existe o no, y si se determina que sí o no, sería bueno saberlo", respondió.
En los registros de enterramientos de La Bermeja de los últimos tres años, sólo un fallecido por Sida ha sido enterrado en el Parque Jardín Monseñor Romero.
Cedillos dice que los mitos también "viven" en la mente de médicos y personal del Rosales, donde diagnostican un nuevo infectado al día. Juan Ortiz, director ejecutivo de Fundasida, añade que mientras el Estado no tome un rol protagónico en la defensa de los derechos de las personas con VIH, el estigma y discriminación no desaparecerán.
Guillermo Galván Orlich, jefe del Programa Nacional de VIH/Sida, quien tilda de "aberrante e ilógico" que se discrimine a una persona aún después de muerta, espera que una nueva normativa que prepara un comité intersectorial liderado por el Ministerio de Salud empiece a allanar el camino para que los muertos que deja el sida puedan descansar en paz.
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