Vivian Ibarra
Era la noche de un día agitado (I should be sleeping like a dog). Pero como siempre, estaba preocupada. No había pasado ni una hora del día sin que me preguntara por el origen real de aquel tipo. Cualquier persona hubiera pensado que era un tipo de verdad (la verdad, ni siquiera se lo habrían preguntado). Pero para mi ojo experto de cazadora de androides, ese rubio tenía algo de falso. No era su forma de hablar ni de sonreír. Era la manera de despegarse siempre, de poner kilómetros de distancia afectiva. Claro que ahora, con todos esos avances nucleares y la maldita realidad virtual, uno no podía saber a ciencia cierta quién era qué. A veces yo misma dudaba de mi real nacimiento y de todos los recuerdos y memorias a los que recurría con asiduidad. Hasta me veía sangrar y me dolía el vientre como a cualquier mujer. Hasta creía recordar haber tenido orgasmos. Pero, siempre dudaba.
El rubio, a quien había perseguido por órdenes expresas del capitan general de la CXV interacial, era exageradamente inteligente y culto. Y esas eran características casi inalcanzables para el ser humano promedio. Incluso cuando yo había entrado al primer nivel de entrenamiento militar para detectar androides a corta, mediana y larga distancia, había fallado en preguntas simples sobre cultura general.
¿Quién no sabía que el libro sagrado de los cristianos se llamaba Biblia y que la palabra misma significaba libro? Pues yo... el primer cadete con honores que al final de la inspección corporal había resultado mujer. Mis compañeros me llamaban Hanna Solo por lo antipática, visceral e inteligente que había sido desde mi llegada a la unidad (y, por supuesto, en honor de aquel personaje de película antigua a quien la mayoría de los otros actores detestaban).
Las pruebas a que eran sometidos los posibles androides eran muy simples. Tenían que serlo porque esas máquinas eran decididamente tan inteligentes que nunca racionalizarían una cosa sencilla.
Al principio, utilice con él la técnica del reposo. Es decir, dormir a su lado pero sin ningún tipo de roce epidérmico. No se inmutó. Pero esa prueba es muy simple de rechazar ya que con la vieja historia del Sida y con el archivo secular del asexualismo postmodernista, casi nadie quiere compartir sensaciones. Además, gracias al sexo por Internet, la gente suele aplicarse solo automasajes aliviantes.
Después, en vista de mi fallido intento, aplique masajes a su espalda tratando de descubrir algún lunar que encubriera alguna entrada de energía. Pero una vez más, la polución nuclear y el hueco en la capa de ozono habían contribuido a que todo el mundo tuviera lunares, verrugas y manchas solares. Segundo fallo.
La prueba de historia antigua, también la pasó. Se podía todos los libros que se habían escrito en los siglos 20 y 21 sobre ciencia ficción (tema obligado en las escuelas primarias del mundo subterráneo). Tercer fallo.
Estaba realmente desesperada. Sobre todo porque yo sentía cierta afinidad corporal con el tipo (y eso que se me habían eliminado todas las sensaciones emotivas... o eso creía yo). Me gustaba tocar su piel pues el roce me producía estática (muy parecida a la que tienen las telas sintéticas al acercarlas a la pantalla de una computadora). También me gustaba su olor, pues no tenía ninguno. Algún día, alguien confiaría en mi experiencia e incluiría los olores o su falta como prueba determinante en la localización del objetivo. Mientras tanto, nadie daba un cinco por esa teoría.
La prueba decisiva salió a flote casi casualmente. Una de mis amigas (la cual no tenía ninguna vinculación política ni religiosa con mi comando de búsqueda y rastreo), me dió la idea. Me invitó a salir con el rubio y su amigo... para ver que salía de aquella cita. Una noche de copas en el mejor bar de la estación MIR36 (mejor dicho, un antro para solitarios, desesperados y buscadores de recompensa).
El amigo resultó otro rubio. Bastante normal, porque 20 minutos más tarde se había desaparecido con mi amiga, huyendo hacia los reservados con pantalla multivideo para sexo sin contacto.
Al otro rubio, singular objeto de mis investigaciones y deseos, lo dejé solo en la barra, rodeado de espectaculares mujeres llegadas desde todas partes del mundo. Le llovieron las oportunidades. No me sorprendió en lo más mínimo que no reaccionara ante las provocaciones femeninas. Al final de cuentas, yo estaba segura de que era un androide.
En cuanto se dispuso a salir del lugar, me apresuré a seguirlo. Después de todo, me pagan para eliminarlos. Y no debo experimentar ningún tipo de compasión por ninguno de ellos. En un pasillo de corredor automático, apunte hacia su espalda con mi arma dotada de un microchip borrador de energía.
No funcionó. Siguió caminando. Pensé, "tiene un procesador incorporado para eliminar la banda de ultrasonido". Así que decidí cortar su cabeza para detener el flujo.
Cercenado en dos. Me acerco con precaución. Eliminado. Saco su documentación y observo.
Oppss! También era un buscador de androides... y andaba detrás de mí!
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